Tras haber recorrido la isla de waiheke en
bicicleta lo cual se volvió un poco más complicado de lo que habíamos planeado
ya que la isla estaba compuesta por innumerables colinas que parecían no
acabar.
La ruta transcurría por carreteras tranquilas que
cortaban el paisaje bucólico en el que se encontraban como un pincel el
silencio blanco del lienzo. El verde se extendía a ambos lados del camino
punteado a veces por los pequeños puntos blancos que eran las ovejas, a veces
marrones y negros que resultaban ser las vacas y cortados en la lejanía por el
azul del mar.
A veces una tímida playa se postraba a lo largo del
camino invitándote a bañarte y disfrutar del paraíso y otras, acantilados te
mostraban su autoridad ofreciéndote la vista de la que se disfrutaba desde lo
alto de estos.
Todo era perfecto excepto que íbamos en bicicleta,
y ese paraíso nos demostró que no iba a ser fácil recorrerlo. Cada ascenso iba
precedido de su inmediato descenso y viceversa, con lo que el camino se
asemejaba a una montaña rusa. Esto hizo la rutina un poco más cansina de lo que
esperábamos pero la belleza del paisaje y la armonía de la que podíamos
disfrutar pagaba el déficit que el esfuerzo creaba.
El primer día alcanzamos el este de la isla donde a
parte de las nombradas vistas pudimos disfrutar de un enclave para la práctica
de escalada sin cuerda "Boulder" en unas rocas que parecían haber caído
del cielo como si de lluvia se tratara. Tras la jornada decidimos hacer una
clase de yoga durante el atardecer para relajar y acampar en un pequeño bosque
que se situaba en la cima de la colina.
A la mañana siguiente volvimos a disfrutar de un no
menos impresionante amanecer mientras desayunábamos al refugio del viento tras
una de las nombradas rocas.
De nuevo nos pusimos en camino hacia la batalla
contra el desnivel y comenzamos nuestras subidas y bajadas que tras unas
cuantas horas de pedaleo nos llevaron a una playa maravillosa en la que
disfrutamos de una deliciosa comida, un baño y una siesta. Tras la siesta, otro
baño y recolectar algunas almejas frescas de la playa para preparar una cena y
encaminarnos de nuevo a la gran ciudad.
En el camino, antes de llegar al ferri, decidimos
hacer una parada para comprar un delicioso helado antes de despedirnos del
nombrado enclave.
Que bueno!!! besos
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